3 Agosto 2015
“Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona
todos mis pecados”
Salmo 25:18
Es bueno para nosotros
cuando nuestras oraciones por nuestras aflicciones se unen con ruegos por
nuestros pecados, cuando, al estar bajo la mano de Dios, no estamos totalmente
ocupados con nuestros dolores, sino que recordamos nuestras ofensas contra
Dios.
También es bueno llevar
tanto la tristeza como el pecado al mismo lugar. Fue a Dios a quien David le
llevó sus aflicciones; también fue a Dios a quien confesó su pecado. Observa,
entonces: debemos llevar nuestras aflicciones a Dios. Aun tus aflicciones
pequeñas puedes exhibirlas ante Dios, pues Él contó los cabellos de tu cabeza;
y puedes entregarle tus grandes aflicciones, pues Él “ha medido las aguas con
la palma de su mano”. Ve a Él cualquiera sea tu problema actual, y verás que Él
es capaz y tiene voluntad de aliviarte.
Pero también tenemos
que llevar nuestros pecados a Dios. Lo debemos llevar a la cruz, para que la sangre
caiga sobre ellos, limpie la culpa y destruya su poder contaminador.
La lección especial de
ese texto es la siguiente: tenemos que ir al Señor en nuestras aflicciones y
con nuestros pecados en el espíritu correcto. Nota que todo lo que David pide
respecto a su aflicción es: “Mira mi
aflicción y mi trabajo” pero la siguiente petición es mucho más explícita,
concreta, definitiva y simple: “perdona
todos mis pecados”
Un cristiano considera
que las aflicciones son más livianas que los pecados; puede soportar que sus
problemas continúen, pero no puede soportar la carga de sus transgresiones.
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