30 Julio 2015
“Porque perdonaré la maldad de ellos, y no
me acordaré más de su pecado”
Jeremías
31: 34
Cuando conocemos al
Señor, recibimos el perdón de los pecados. Lo conocemos como el Dios de Gracia,
que pasa por alto nuestras transgresiones. ¡Qué feliz descubrimiento es este!
Pero cuán divinamente
está expresada esta promesa: ¡el Señor promete que no se acordará más de
nuestros pecados! ¿Puede Dios olvidar? Él dice que lo hará, y Él dice en serio
lo que dice. Él considerará como si no hubiésemos pecado nunca. La grandiosa
expiación quitó tan eficazmente todo pecado, que para la mente de Dios es como
si no hubiera existido.
El creyente es ahora
tan acepto en Cristo Jesús como lo era Adán en su inocencia; sí, más aún, pues
él lleva puesta una justicia divina, mientras que la de Adán era solamente humana.
El Gran Señor no se
acordará de nuestros pecados como para castigarlos, o como para amarnos una
pizca menos por causa de esos pecados. Igual que una deuda que, cuando es
pagada, deja de ser deuda, así el Señor hace una completa cancelación de la
iniquidad de Su pueblo.
Cuando nos estemos
lamentando por nuestras transgresiones y deficiencias –y este es nuestro deber
mientras vivamos- al mismo tiempo hemos de regocijarnos porque nunca serán mencionadas
contra nosotros. Esto nos lleva a odiar el pecado.
El perdón de Dios
inmerecido nos conduce a vigilar para no ofenderle nunca más por medio de la
desobediencia.
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