21 Julio 2015

“Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia”

Salmo 51:14

En esta solemne confesión es agradable notar que David expresa claramente su pecado. No lo llama “homicidio involuntario”, ni le dice que es una imprudencia por la cual ocurrió un desafortunado accidente a un hombre honorable, sino que lo llama por su nombre verdadero: derramamiento de sangre, homicidio. Él no mató al esposo de Betsabé, pero sí fue planeado en el corazón de David que Urías fuera asesinado y, delante del Señor, David era su asesino. 

Aprende a ser honesto en la confesión a Dios. No le des nombres aceptables a pecados inmundos; llámalos como quieras, a pesar de esto, no tendrán un olor más grato. Esfuérzate por sentir que son lo que Dios ve que son, y con toda sinceridad de corazón, reconoce su real naturaleza. Observa que David estaba claramente oprimido por las atrocidades de su pecado. Es fácil usar palabras, pero es difícil sentir su significado. El Salmo 51 es la fotografía de un espíritu contrito. Busquemos un quebrantamiento de corazón similar, pues a pesar de la excelencia que nuestras palabras pudieran tener, si nuestro corazón no está consciente del merecimiento del infierno que tiene el pecado, no podemos esperar hallar perdón. 

Nuestro texto contiene una sincera oración. Está dirigido al Dios de la salvación. Es la prerrogativa de Dios perdonar y es su propio nombre y oficio salvar a aquellos que buscan su rostro. Mejor aún, el texto lo llama el Dios de mi salvación. Sí, bendito sea su nombre; al tiempo que acudo a Él a través de la sangre de Jesús, puedo regocijarme en el Dios de mi salvación.

El salmista termina con una admirable promesa: si Dios lo libera, él cantará, no, más aun, alabará su justicia. ¡Quién podrá cantar de otra forma ante una misericordia como ésta! Pero nota el objeto de esta canción: “Tu justicia”.

Debemos cantar de la obra terminada de un precioso Salvador, y aquel que sepa más de amor perdonador, cantará más alto.