14 Agosto 2015
“Y tú has dicho: Yo te haré bien”
Génesis
32:12
Cuando Jacob estaba del
otro lado del rio Jaboc y Esau venía con hombres armados, buscó la protección
de Dios ardientemente y como razón principal suplicó: “Y tú has dicho: Yo te haré bien” ¡La fuerza de esa petición! le
pedía a Dios que se sujetara a su palabra: “Y
tú has dicho”
El atributo de la
fidelidad de Dios es un espléndido cuerno del altar del cual tomarse, pero la
promesa, que tiene en sí el atributo y algo más, es todavía mejor para asirse.
“Y tú has dicho: Yo te haré bien” ¿Y
Dios lo dijo y no lo hará? ¿No guardará su palabra? ¿No se mantendrá firme y se
cumplirá cada palabra que sale de su boca? Salomón, en la inauguración del
templo, usó esta misma petición poderosa. Le pidió a Dios que recordara la
Palabra que había hablado a su padre David, y que bendijera aquel lugar.
Cuando un hombre da un
pagaré compromete su honor; firma con su mano y debe saldarlo cuando llegue el
tiempo establecido, o de lo contrario perderá crédito. Nunca se podrá decir que
Dios no honra sus cuentas. El crédito del Altísimo nunca ha sido refutado y
nunca lo será. Él es absolutamente puntual: nunca está antes de tiempo, pero
jamás llega tarde. Escudriña la Palabra de Dios y compárala con el Pueblo de
Dios, y encontraras que se corresponden desde la primera hasta la última.
Muchos venerables patriarcas han dicho junto a Josué: “No ha faltado una
palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de
vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas” (Josué
23:14). Si tienes una promesa divina, puedes pedir con insistencia y con
certeza, el Señor quiere cumplir su promesa.
Dios no da su palabra
solamente para aquietarnos y para tenernos esperanzados por algún tiempo con la
intención de disuadirnos después, sino
que cuando habla es porque tiene la intención de hacer lo que ha dicho.
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