23 Agosto 2015



“El que tiene oído, oiga lo que Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte”
Apocalipsis 2: 11




Debemos experimentar la muerte primera a menos que el Señor venga súbitamente a Su templo. Para esto debemos estar preparados, esperando sin miedo, puesto que Jesús ha transformado la muerte, de ser una terrible caverna, a ser un tránsito que conduce a la gloria.

Lo que debemos temer no es la primera muerte, sino la segunda; no es la separación del alma y del cuerpo, sino la separación final de Dios que experimenta el hombre entero. Esta es, en verdad, la muerte. Esta muerte mata toda paz, gozo, felicidad y esperanza.

Cuando Dios se ha ido, todo se ha perdido. Tal muerte es sustancialmente peor que el cese de la existencia: es la existencia sin la vida que hace que valga la pena vivir la existencia. Ahora, si por la gracia de Dios luchamos hasta el fin, y vencemos en la gloriosa guerra, la segunda muerte no podrá poner sus fríos dedos sobre nosotros.

No temeremos a la muerte ni al infierno, pues recibiremos una corona incorruptible de vida. ¡Cómo nos alienta esto a la lucha! La vida eterna merece la batalla de toda una vida. Escapar el daño de la segunda muerte es algo por lo que vale la pena esforzarse a lo largo de toda la vida.

¡Señor, concédenos fe, para que podamos vencer, y luego concédenos gracia para permanecer salvos aunque el pecado y Satanás persigan nuestros talones!



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