1 Agosto 2015
“Porque esta noche ha estado conmigo el ángel
de
Dios de quien soy y a quien sirvo”
Hechos
27:23
La tempestad y la larga
oscuridad se unieron trayendo un riesgo inminente de naufragio, lo que llevo a
la tripulación a una situación penosa, y sólo un hombre entre ellos permaneció
en perfecta calma y, por su palabra, el resto se sintió reconfortado. Pablo fue
el único que tuvo aliento para decir: “Señores tengan buen ánimo”. Allí había
legionarios romanos veteranos, valientes y experimentados marineros, y aun así,
ese pobre judío prisionero tenía más espíritu que todos ellos. Él tenía un
amigo secreto que le mantenía alto el ánimo. El Señor Jesús envió un mensajero
celestial a que le susurrara al oído palabras de consuelo al siervo fiel, por
eso lucía un rostro brillante y habló como un hombre que estaba tranquilo.
Si tememos al Señor,
podemos enfrentar interposiciones oportunas cuando nuestro caso esté en su peor
momento. Los ángeles no dejan de acercársenos por causa de las tormentas, ni
son estorbados por la oscuridad. Los serafines no piensan que es una
humillación visitar a los más pobres de la familia celestial. Si las visitas de
los ángeles son pocas y distanciadas, en épocas ordinarias, serán frecuentes en
nuestras noches de tempestad y agitación.
Los amigos pueden
dejarnos cuando están bajo presión, pero nuestra relación con los habitantes
del mundo angelical serán más abundantes, y en las fortalezas de las palabras
de amor, traídas a nosotros desde el trono mediante la escalera de Jacob,
seremos fuertes para hacer proezas. Querido lector ¿Es esta una hora de
aflicción para ti? Si es así, pide particular ayuda. Jesús es el ángel del
pacto, y si su presencia se busca con afán, no será negada. El aliento que trae
al corazón esa presencia es algo que recuerdan aquellos que, como Pablo, han
tenido al ángel de Dios de pie junto a ellos en una noche de tormenta, cuando
las anclas ya no sujetan y las orcas están cercanas.
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