7 Junio 2015
“Como aquel a quien consuela su madre, así
os consolaré yo a vosotros”
Isaías 66:
13.
¡El consuelo de una
madre! Ah, es la ternura misma. ¡Cómo se adentra una madre en el dolor de su
hijo! ¡Cómo lo estrecha contra su pecho, y trata de extraerle toda su aflicción
para trasladarla a su propio corazón! Él puede contarle todo a ella, ya que se
identificará con el problema como nadie podría hacerlo.
Entre todos los
consoladores, el niño prefiere a su madre, e incluso hombres adultos han
descubierto que esto es así. ¿Acaso Jehová condesciende a hacer el papel de una
madre? Esto, en verdad, es bondad.
Podemos percibir con
facilidad que Él sea un padre; pero ¿será también como una madre? ¿Acaso no nos
invita esto a una santa familiaridad, a una confianza sin reservas, a un reposo
sagrado? Cuando Dios se convierte en “el Consolador” ninguna angustia puede
permanecer por largo tiempo. Cada uno de nosotros ha de contarle su problema,
aunque los sollozos y los suspiros se conviertan en nuestra primera expresión.
Él no nos despreciará por nuestras lágrimas; nuestra madre no lo hizo. Él
considerará nuestra debilidad así como lo hizo ella, y quitará nuestras faltas,
sólo que lo hará de una manera más cierta y más seguro de lo que nuestra madre
podría hacerlo.
No procuraremos llevar
solos nuestro dolor: eso sería rudo para Uno tan gentil y tan amable.
Comencemos el día con nuestro amante Dios, y, ¿por qué no lo terminamos en la
misma compañía, puesto que las madres nunca se cansan de sus hijos?
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