12 Junio 2015




Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy,
También ellos estén conmigo”
Juan 17:24






¡Oh muerte! ¿Por qué tocas el árbol cuyas cansadas ramas extendidas encontraron descanso? ¿Por qué arrebatas lo excelente de la tierra, en quien está todo nuestro deleite? Si has de usar el hacha, úsala en todos los árboles que no dan frutos, y entonces te lo agradecerán. Pero, ¿Por qué has de derribar los excelentes cedros del Líbano? Detén tu hacha y perdona al justo. 

Pero no, no ha de ser así. La muerte golpea a los mejores de nuestros amigos, a los más generosos; los más piadosos, los más santos, los más devotos deben morir. Y ¿Por qué? Es a causa de la oración que prevalece hecha por Jesús: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo” (Juan 17:24). Es eso lo que los lleva sobre las alas del águila al cielo.

Cada vez que un creyente sube desde la tierra hasta el paraíso es una respuesta a la oración de Cristo. Un buen y antiguo teólogo señala: <<Muchas veces Jesús y su pueblo tiran uno contra el otro en oración. Tú doblas tus rodillas en oración y dices: “Padre, yo deseo que tus santos estén acá donde yo estoy” Cristo dice: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén” así, el discípulo tiene propósitos encontrados con su Señor.

El alma no puede estar en ambos lugares: el amado no puede estar con Cristo y también contigo. Ahora ¿Qué súplica ganará? Si pudieras elegir, si el Rey bajará de su trono y dijera: “Acá hay dos que suplican, orando en oposición uno con el otro. ¿Cuál debe recibir la respuesta? Oh, estoy seguro de que, aunque fuera con sufrimiento tú dirás: “Jesús, no mi voluntad, sino la tuya”. Dejarías de orar por la vida de tu amado si pudieras darte cuenta de que Jesús está orando en la dirección contraria: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén”. Señor, puedes tenerlos. Por fe, los dejamos ir. 




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