4 Mayo 2015
“A mí, que soy menos que el más pequeño de
todos los santos, me fue dada
Esta gracia de anunciar entre los gentiles
el
Evangelio de las inescrutables riquezas de
Cristo”
Efesios 3:8
El apóstol Pablo sentía
que era un gran privilegio que le fuera permitido predicar el Evangelio. No
consideraba que su llamado fuera un
trabajo monótono y aburrido, sino que lo emprendía con intenso deleite.
Aun así, mientras Pable
estaba agradecido con su oficio, su éxito en este lo humillaba mucho. Cuanto
más se llena la vasija, más profundamente se hunde en el agua. Los perezosos
pueden consentir el envanecimiento ante sus habilidades, porque no están
probados, pero el trabajador fervoroso aprende de sus propias debilidades. Si
buscas la humildad, prueba el trabajo
duro. Si vas a conocer tu propia nada, realiza algo grande para Jesús. Si
quieres sentir cuán completamente impotente eres separado del Dios viviente,
realiza, en especial la gran obra de proclamar las riquezas insondables de
Cristo, sabrás, como nunca lo supiste antes, que cosa débil e indigna eres.
Así que, aunque el
apóstol conocía y confesaba su debilidad, nunca estuvo confundido en cuanto al sujeto de su ministerio. Desde el primer
sermón hasta el último Pablo predicaba a Cristo y nada más que a Cristo.
Levantó la cruz y exalto al Hijo de Dios que sangró. Sigue su ejemplo en todos
tus esfuerzos personales por divulgar la feliz noticia de la salvación, y
permite que “Jesucristo, y éste
crucificado” (1 Corintios 2:2) sea siempre tu tema recurrente. El cristiano
debe ser como esas hermosas flores de primavera que cuando brilla el sol, abre
sus corolas doradas como si dijera: “Llénanos con tus rayos”, pero cuando el
sol se oculta detrás de una nube cierra la corola, e inclina su cabeza.
Así debería sentir el
cristiano la dulce influencia de Jesús. ¡Oh! Hablar de Cristo es “semilla al que siembra y pan al que come” este
es el carbón encendido para los labios del que habla, y llave maestra para el
corazón que escucha.
Charles Spurgueon
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