12 Mayo 2015
“Di a mi alma: Yo soy tu salvación”
Salmos 35:3
¿Qué me enseña esta
dulce oración? Deberá ser mi petición este día. Pero primero permitamos que me
brinde una meditación aleccionadora. Lo primero que me informa el texto es que
David tenía dudas, porque ¿Por qué oraría: “di
a mi alma yo soy tu salvación” si alguna vez no se hubiese preocupado con
dudas y temores? Permíteme entonces tener buen ánimo, pues no soy el único
santo que se ha quejado de debilidad en su fe. Si David dudo, no tengo porque
concluir que no soy cristiano porque tenga dudas.
El texto me recuerda
que David no estaba conforme mientras tuviera duda y temores, sino que
inmediatamente se dirigió al propiciatorio para orar para tener certeza, pues
la valoraba tanto como el oro fino. Yo también debo esforzarme en pos de un
permanente sentido de mi aceptación en el Amado, y no debo tener gozo mientras
su amor no esté derramado en mi alma. Cuando mi Salvador no esté a mi lado, mi
alma debe y va a ayunar.
También aprendo que
David sabía dónde obtener certeza completa. Se dirigió a su Dios en oración,
clamando “di a mi alma yo soy tu
salvación” debo estar mucho a solas con Dios si voy a tener un claro
sentido del amor de Jesús. Si dejo que mis oraciones cesen, el ojo de mi fe se
oscurecerá. Mucho en la oración, mucho en el cielo; lento en la oración, lento
en el progreso. Más aun, David no iba a estar satisfecho a menos que su certeza
fuera vivida personalmente.
“di a mi alma yo soy tu salvación” Señor, aunque Tú le dijeras esto
a todos los santos no sería nada si no me lo dijeras a mí. Señor, he pecado, no
merezco tu sonrisa, apenas me atrevo a pedirla, pero, oh, dile a mi alma: “Yo soy tu salvación”
Permíteme sentir de
forma presente, personal, infalible, irrefutable que soy tuyo y que Tú eres
mío.
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