Paz en medio de la tormenta
Durante los últimos
meses hemos sido testigos del dolor que ha traído consigo la muerte de algunos
familiares de nuestra pastora Paulina Narváez, a quien hemos visto en múltiples
ocasiones trayendo alegría, consuelo, palabras a diferentes personas que son
levantadas muchas veces con una llamada telefónica de esta sierva, y como todo
siervo de Dios también le ha tocado padecer por causa de la palabra, por causa
del evangelio, por causa del ministerio y también por causa de la vida misma,
pues está escrito en Eclesiastés 2:14 “un
mismo suceso acontecerá al uno como al otro”
La pérdida de seres
cercanos que encontraban fortaleza en ella en momentos de angustia y enfermedad
golpearon fuertemente las emociones de la pastora. Como todo cristiano siempre
tenemos la idea de que la muerte debe llegar a nosotros entrado en años,
después de vivir una vida plena, rodeado de hijos y nietos alrededor de la cama
en la que dulcemente esperas el llamado de Dios a su presencia; esta es la
manera romántica en la que nos gustaría partir a todos de este mundo, pero como
ya muchas veces hemos escuchado “sabemos
el día que nacimos, pero no sabemos el día que morimos”, la palabra nos enseña que
debemos estar preparados para el encuentro con nuestro salvador en cualquier
momento.
“Por tanto, habiendo sido justificados por
la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por
medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la
cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la
paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza
no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” Romanos 5:1-5
Todos los sufrimientos,
las aflicciones, dolores, y todo el pánico que se vive en el mundo actual,
habrán valido la pena soportarlos cuando nos encontremos cara a cara con
nuestro creador y Dios; cuando nuestro carácter haya sido aprobado por Él, así
que, ¿Por qué temer? ¿Por qué angustiarse por todo lo que se vive ahora en
nuestro entorno? Recordemos que Cristo salvó nuestra alma.
Estemos firmes,
caminemos seguros de que con el favor de Cristo saldremos victoriosos de todo
ello. Esa es nuestra esperanza, una esperanza que no nos defrauda porque
nuestro eterno Dios nos ama más y más, tanto que a través de los problemas Él
nos cuida.
Dios tiene todo bajo
control, si hemos aprendido que las pruebas que enfrentamos en nuestro caminar
con Cristo nos hacen pacientes, glorifiquemos a Dios. Ellas tienen un
propósito, es un hecho que seremos probados en algún momento de nuestro diario
vivir, ya se nos había advertido; de hecho, ninguna prueba debe sorprendernos.
“Amados, no os sorprendáis del fuego de
prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa
extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que compartís
los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de
su gloria os regocijéis con gran alegría” 1 Pedro 4:12-13
Tomemos esa actitud que
el apóstol Pedro menciona, en medio de la prueba alabemos a Dios recordando que
nos ama y tiene cuidado de nosotros, Él no nos probará más allá de lo que
podamos soportar. Alabemos a Dios porque tiene un propósito de amor en cada
prueba, en cada tribulación, y confiemos en Su amor y soberanía prosiguiendo a
la meta que es Cristo Jesús.
Aquellos que tuvimos la
oportunidad de acompañar la pastora en esos momentos, aprendimos de ella que
hay que alabar en medio de la prueba, como lo hiso Pablo en la cárcel de
Filipos. En aquel día demostró al pueblo la fortaleza que solo puede venir del
Cielo, cantando alabanzas al Señor mientras el cuerpo de su hermana iba a ser
sepultado, no le importó el sol que nos agobiaba con un calor terrible; no le
importó el llanto de sus familiares desconsolados, ella sabía que tenía que
seguir adorando; no tuvo en cuenta la mirada de algunos curiosos que se
acercaron a acompañar el dolor de su hermana. En medio de la prueba ella dio
gracias a Dios, orando cuando nade más lo hacía, agradeció a quienes los
acompañaban y salió de ese lugar cantando alabanzas porque sabía en su alma que
había obtenido una gran victoria en medio de la prueba.
Las tormentas de la
vida no deben quitarnos la paz que nuestro Señor Jesucristo nos dejó, la paz
que nos da la seguridad de saber que estamos de paso en esta vida,
preparándonos para la eternidad a Su lado. ¿Por qué temer? descansemos en
Cristo, Él cumplirá Su propósito en nuestra vida.
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la
doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”
Juan 14:27
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